En el mundo de la publicidad ochentera, donde todo era posible con una sonrisa congelada y colores fosforitos, hay una imagen que ha pasado a la historia como una obra maestra del despropósito: la foto promocional más extraña jamás creada para el Nintendo Entertainment System. Una estampa familiar que, lejos de vender diversión electrónica, parece salida de una simulación mal programada.
Vamos a diseccionarla.
En primer plano tenemos dos niños aparentemente metidos en plena acción con Super Mario Bros.. El problema: Mario es un juego para un solo jugador. No hay multijugador simultáneo, ni cooperativo, ni pantalla dividida. Solo se puede jugar de uno en uno. Entonces, ¿qué hacen los dos críos machacando botones al mismo tiempo? O uno de ellos está convencido de que está jugando cuando no lo está —una tragedia que muchos hermanos menores conocen demasiado bien— o simplemente no ha podido esperar su turno y está haciendo “input simbólico” por puro entusiasmo.
El caos no termina ahí. Mario está a punto de caer por un agujero que solo puede evitarse con un mínimo de coordinación visual y pulgares funcionales. No ha recogido ni una moneda, ni una seta, ni ha hecho ningún progreso. Solo ha pisado un Goomba (de ahí los 100 puntos que aparecen en pantalla) y lleva casi un minuto en el primer nivel. Claramente, el jugador —sea quien sea— no es exactamente un campeón del speedrun. De hecho, parece que está intentando morir a propósito. ¿Habrá entrado en pánico al ver dos Goombas? ¿O simplemente fue trolleado por su hermano?
Por si fuera poco, el cartucho de Super Mario Bros./Duck Hunt está fuera de la consola, tirado sobre la mesa, a pesar de que el juego está en pantalla. Esto nos deja dos teorías: o están viendo una grabación de alguien más jugando y lo están viviendo como si fuera un evento deportivo… o mamá metió la pata y les compró un juego que ya tenían. Ambas opciones son gloriosas.
Y ahora lo más impactante: el NES ni siquiera está encendido. El LED rojo del frontal está completamente apagado. Y, si nos fijamos con lupa, ni siquiera hay cables de vídeo o de corriente conectados. ¿Explicación lógica? Puede que haya un segundo NES oculto debajo de la mesa, el verdadero sistema en uso, que alimenta esta mentira publicitaria familiar. Eso explicaría el cartucho suelto y la ilusión de que el juego está funcionando. Pero también plantea una pregunta más profunda: ¿cuántos sistemas necesita una familia para simular diversión?
Los padres, por su parte, viven en su propia realidad paralela. La madre abraza con ternura a su hijo mientras mira fijamente hacia un punto abstracto por encima y detrás del televisor. ¿Está contemplando el futuro de la industria del videojuego? ¿O evaluando el gotelé del plató? El padre, por otro lado, parece hipnotizado por la textura del panel de madera del lateral del televisor. Probablemente piensa: “Mmm… roble americano lacado, muy bien hecho.”
Y por último, un pequeño pero revelador detalle: los niños están a unos 20 centímetros del televisor. Literalmente pegados a la pantalla. Un ejemplo perfecto de cómo en los 80 la salud visual era más una sugerencia que una preocupación real. Los padres sonríen orgullosos mientras sus hijos pierden dioptrías a velocidad récord.

